Cuando se habla de “teatro en la escuela” suele
entenderse como una actividad cuya finalidad parece ser la representación
pública de un texto (ya sea de un autor determinado o de creación colectiva a
partir de los ensayos e improvisaciones) al final del curso escolar o en otros
días señalados…
Sin excluir esa posibilidad, los libros publicados
por De la Torre en su colección “Alba y Mayo Teatro” (“El ladrón de palabras”,
“La sombra misteriosa”, “Mi amigo Fremd habla raro”, “La rebelión de los
números” y "¿Quién se comió mi planeta?" de Antonio de la Fuente Arjona) fantasean con una propuesta que,
aunque de apariencia modesta, deviene en ambicioso plan.
Recluido en la intimidad del aula, despreocupado del
aplauso del público y liberado de artificios (luces, decorados y demás
zarandajas técnicas), el teatro, sin evitar lo lúdico, se adentra en lo
pedagógico. Allí donde lo importante pasa a ser la vivencia y no la exhibición.
“Teatro en la escuela y en casa” era el original
título que dio pie a esta colección de libros allá por el año 1992, bajo la
certera dirección de Luis González Carreño (director de teatro y profesor de la
RESAD de Madrid) y con una editorial que quebró a punto de sacar su cuarto
título (cosas de la vida y de este nuestro mundillo, menos mal que Ediciones De
la Torre cogió el relevo)… “Teatro en la escuela y en casa”: con todo su lustre
pero eximido de la fama o los laureles, trascendente pero sin repercusión
mediática: cotidiano, sencillo, cercano, accesible, al alcance de cualquiera,
en casa y en la escuela.
No formamos actores. No buscamos espectadores.
Porque no se trata de “educación teatral” (es decir:
de un profesional de teatro enseñando teatro) sino de “teatro en la educación”,
es decir: imaginemos a un profesional, un profesor (no de teatro: un maestro de
matemáticas, o de lengua española, o de segundo idioma…) usando el juego
dramático (dentro del aula y en su horario lectivo) para mejor transmitir su
materia.
¿Pero es que el teatro puede servir para enseñar matemáticas
o lengua o historia?
Pues sí, ¿por qué no? ¡La expresión dramática al
servicio de la educación!
No como una actividad aparte (casi siempre ajena al
hecho educativo) sino formando parte de cada materia en cuestión: en fin, como
una herramienta más que por igual facilite (enriqueciéndolo) el trabajo del
profesor y oriente (con la práctica) el entendimiento de los alumnos.
Como una herramienta más, otro material didáctico,
complemento al libro de texto, las diapositivas o la visita al museo.
Marionetas, sombras chinescas, pantomima, los mismos
niños y niñas representando/vivenciando un hecho histórico, un problema
matemático o un concepto gramatical: las posibilidades y usos son formidables.
-¡Uf! -aquí es cuando una parte del profesorado se
echa las manos a la cabeza y resopla-¡Uf!
¡Más trabajo!
No tienen formación dramática y consideran que todo
esto es muy complicado, y no es así: por una vez tomemos como ejemplo a los
propios niños y niñas que tampoco tienen formación dramática pero que abren uno
de estos libros y con solo empezar a leerlo ya están jugando, y aprendiendo:
así de sencillo, y ésa es la postura a seguir…
Está claro que cuantos más recursos tenga el formador
más posibilidades de juego, pero con la práctica se aprende, ¿no es así?
Cada uno de los libros que hasta ahora he publicado
apoyados en (y apoyando, apuntalando) esa teoría (que desde luego no es nueva,
ni es “mía”) ha contado con la valiosa ayuda (y casi vigilancia) de un maestro
especializado en la materia a tratar, y después en varios cursos realizados con
profesores y estudiantes de magisterio he podido comprobar (y confirmar) hasta
qué punto, con ganas e imaginación (y tiempo y compromiso, claro) puede crecer
esa teoría, hacerse grande grande e independizarse… Y ya camina por ahí, libre,
lejos de mi mano, que me llegan noticias de Barcelona, de Navarra, (¡y de más
lejos aún!: de Marruecos, de Colombia…), de personas que con su trabajo diario
y discreto en colegios anónimos aprovechan y superan mi propuesta inicial.
Y ahora sí rizo el rizo y donde digo me desdigo: “No
formamos actores. No buscamos espectadores” escribía más arriba para no
confundir, para mostrar limpia la teoría de polvo y paja, pero una vez
explicada (y espero que entendida) hay que volver sobre la verdad de
perogrullo: que el teatro es teatro y aunque sea un texto teatral y nadie lo
lea misteriosamente es como si siempre se estuviera representando, el público y
los actores están ahí aunque no se les vea. Por tanto esta propuesta nunca
podrá excluir la posible representación teatral.
Así son estos libros que se emancipan de la teoría
que los forma (y a la que dan forma) y aportan otras lecturas, otros usos
dependiendo de quien se adentre en sus páginas: un niño, un profesor, un actor,
un director…
Se abre así una doble vía, una doble puerta a una
fantástica aventura circular: ¿iniciarse en el mundo teatral estudiando o
estudiar mientras se hace teatro? Cualquiera de los dos caminos nos llevará
inevitablemente al siguiente. ¡Pasen y vean!
No hay grandes secretos ni doctos consejos (tampoco
son necesarios), estos cinco libros (“El ladrón de palabras”,
“La sombra misteriosa”, “Mi amigo Fremd habla raro”, “La rebelión de los
números” y "¿Quién se comió mi planeta?")
trufados de juegos, ideas y ejercicios, tan solo aventuran unas bases, sencillas
pero sólidas, sobre las que cada cual podrá ir construyendo a su medida esta
teoría o fantasía.
Porque más que conocimientos dramáticos (que tampoco
vienen mal, por supuesto) lo principal es echarle ganas e imaginación, que la
mejor manera (sino la única) de entrar en contacto con el juego dramático y sus
amplios recursos, es precisamente ésa: jugando y experimentando.