© Antonio de la Fuente Arjona
(...) Cuando
Don Ramiro acabó de leer su relato un silencio conmovedor inundó la
sala, una paz que vistió de cierta solemnidad ese velatorio
miserable: apenas cuatro velas para el muerto y una botella de anís
para los asistentes. Pero la calma duró sólo unos segundos, antes
de que nadie pudiera decir palabra una mujer entró corriendo en la
casa.
-¡Los
civiles vienen hacia aquí, quieren detener al cuentero, los manda el
cura!
Algunas
mujeres se santiguaron, los hombres se revolvieron sumisos en sus
sillas.
-¡Ese
Judas!
-¿Y
ahora qué hacemos?
Todas
las miradas convergen en la viuda, una mujer corpulenta que hasta
ahora ni se ha movido. La viuda mira a Don Ramiro un instante largo y
le sonríe.
-Rápido,
métase en el ataúd.
-¿Con
el muerto?
-No,
hombre, primero saquen el cadáver y siéntenlo en una silla, al lado
de la mesa, a mi Paco siempre le gustó estar cerca de la bebida. ¡Y
vuelvan a bajar las persianas que aquí hay demasiada luz para un
velorio!
El
anciano Don Ramiro no acaba de entender las pretensiones de la viuda.
-¿Pero
no notarán nada? Discúlpeme, pero el muerto no tiene muy buena
cara.
-No
se preocupe por eso, mi marido nunca tuvo muy buen aspecto, ni
siquiera cuando estaba vivo, y que yo sepa a nadie se le ocurrió
preguntarle si era un vivo o un difunto escapado de su tumba. Usted
haga lo que yo le digo, métase en la caja. El cementerio está
bastante alejado del pueblo, desde allí podrá seguir su camino sin
peligro, a nadie se le ocurrirá salir al campo a buscarle con estos
calores. -Don Ramiro echa una última mirada al muerto que acodado a
la mesa de los licores y con los ojos cerrados aparenta meditar,
alguno de los parroquianos que le hacen compañía hasta ha puesto
un vaso en su mano.- Por mi Paco no se preocupe, ya le enterraremos
mañana, no parece que tenga mucha gana de marchar, ¿verdad?...
Usted tranquilo, aproveche el rato y échese una siestecita. Aquí
tiene sus libros.
-Gracias,
estos libros son mi tesoro, son los pocos que logré salvar antes de
que quemaran la escuela.
Junto
con los libros la viuda le pone unas monedas en la mano.
-No
es mucho pero algo hará.
-Muchas
gracias.
-Gracias
a usted, la última vez que escuché un cuento yo era una niña, eso
fue mucho antes de la guerra... -Unos golpes en la puerta cortan la
conversación.- Buena suerte.
La
pareja de la Guardia Civil casi se cuadra cuando la viuda abre la
puerta con gesto huraño.
-Estamos
buscando al viejo cuentero.
-Aquí
viejos hay muchos, la mayoría, y todos con muchos cuentos que
contar, ¡como no te valga alguno de nosotros! Tienes para elegir,
¿cuál quieres? (...)
PALABRAS SAGRADAS, 2019
|