Prólogo a MEMORIA DE LOS NADIE (fragmentos)

© Antonio de la Fuente Arjona

Este prólogo es solo un recuerdo. El recuerdo de algo que leí hace meses, cuando MEMORIA DE LOS NADIE ni siquiera apuntaba a boceto de novela o autobiografía. El propio autor me hizo llegar el texto acompañado de un escueto mensaje:

MEMORIA DE LOS NADIE no es para editar, solo para quitarme espinas y que lo lean mis amigos.”

O este otro, cuando me envió la segunda parte:

Antonio, está sin revisar, ni leer, ni nada, solo como salió. Ya me contarás, sigo escribiendo, no sé cuando pararé. Besos.”

Y así siguieron llegando las entregas, como andanadas o puras descargas.

No he vuelto sobre esas páginas para escribir este prólogo. Me parecía más interesante hablar desde lo que aventuraba ese apunte de libro que ahora es y que ya estoy deseando leer para dejarme de nuevo sorprender.

La sensación perdura: el escalofrío y la sacudida.

Tolo se desnudaba, vomitaba su dolor, escribía desde un lugar personal muy profundo, muy secreto, muy oscuro. Y curiosamente, el resultado era un texto sencillo y transparente. A pesar de las lágrimas, de la rabia y de la impotencia. A pesar de la sangre y la mierda que inevitablemente mancha a quien decide mojarse, enfangarse en el horror. Ensuciarse para limpiarse. Pringarse para quizá sentirse menos sucio, menos culpable. Escribir a paletadas, desenterrar el pasado para poder enterrarlo por fin, tras el merecido homenaje, en paz con los muertos propios y extraños, amigos o enemigos. La metralla estaba enquistada, la bala escondida tras capa y capa de piel y tiempo y otras vivencias, pero en algún momento debía sacarse a la luz. Sincronía de vida y obra: el bisturí y el bolígrafo hacen su trabajo, agresivo, peligroso, pero tan necesario.

Antolín Pulido, ha sido un compañero, un hermano, han pasado tantos años, tantas cosas desde la primera vez que nos vimos que hoy casi tuve que forzar la memoria para rescatar esa imagen ancestral. Muchas veces hablamos de LOS NADIES cuando ni siquiera tenían nombre, y tantas veces le animé a que escribiera sobre esa etapa de lucha... Y ahora, mientras leía y leía, mi sonrisa complice de listillo era devorada por el pasmo ante el descubrimiento real y tangible del Tolo escritor y guerrillero.

Tolo es un escritor de acción, porque en la acción es donde está su discurso: básico, contradictorio, revolucionario... pero clarísimo. Tomada la opción de la acción ya no queda tiempo para la reflexión. Y ahí radica quizá el valor literario (y político) de esta obra. La narración avanzaba ágil y creciendo en tensión. Sin necesidad de explicaciones, ni redundancias, ni discursos. Los personajes son mostrados con muy pocas pinceladas, igual que los paisajes y lugares que transita la acción. Con la justa definición de un apunte rápido, permitiendo que el lector o espectador complete la imagen, se involucre así en la interpretación y vivencia del texto. Los diálogos eran estupendos y creíbles, y a veces muy divertidos... ¿Y el protagonista? Qué puedo decir de ese Comandante (el alter ego de Tolo), ese antihéroe lleno de dudas, achaques y kilos de más, remolón en el sexo, pero preciso y expeditivo en la acción. Leía y leía y no podía evitar pensar que lo que tenía en mis manos era una bomba. No solo una gran novela, sino también el posible guión de una magnífica película.

Y hasta aquí puedo contar, que no quiero pecar de lo contrario que alabo en el texto de Tolo. Que cada lector o lectora saque sus conclusiones sobre el mundo en el que vivimos, la acinesia colectiva y la lucha individual.
(...)

Prólogo MEMORIA DE LOS NADIE (2016)

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