ANTONIO DE LA FUENTE ARJONA
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Prólogo a ESCRIBIR POR EL PLACER DE CONTAR 2020

© Antonio de la Fuente Arjona


      Este pequeño objeto que tienes en tus manos y que ya has empezado a leer es mucho más de lo que parece a simple vista. Este librito es la gota que colma un vaso, una semilla brotando, la punta del iceberg, o la chispa donde se esconde la llama. O sea, que es más lo que promete que lo que muestra.

Tan solo llevo seis meses conviviendo con Argadini y su alumnado, y tras el pasmo mutuo del primer encuentro no hemos parado, clase a clase, de buscar paisajes en el papel, caminos que faciliten un diálogo fluido entre nuestro mundo interior y el exterior, y también, por supuesto, con nosotros mismos. El bolígrafo puede ser la llave o la batuta o el pincel o la espada desbrozando la selva de letras para abrir, intentarlo al menos, un canal de expresión nuevo y fecundo.

Mi propuesta desde el principio ha consistido en observar el mundo que nos rodea, percibirlo por medio de la escritura. Así, uno de los primeros ejercicios que realizamos en este Taller fue describir el lugar donde nos encontrábamos en ese preciso momento: el aula, la calle, la biblioteca o el Café Gijón. Simplemente eso, listar qué había a nuestro alrededor. El resultado fue sorprendente y muy esclarecedor: lo primero que se registraba en el papel eran detalles o lugares que no estaban a la vista, mis alumnos hablaban de calles, edificios, paradas de metro u otros tantos puntos de referencia o de orientación de los que se servían para lograr llegar hasta el sitio donde transcurría la clase.

Seguíamos mirando hacia dentro, por tanto, no parecía tan sencillo abrir los ojos y contar la inmediatez. Quizá el exceso de información y detalles aplana la perspectiva y satura la mirada. Contemplar entonces sin prisa, dar tiempo a que el relieve se manifieste, el horizonte se dilate lo suficiente para poder transcribirlo o dibujarlo. A veces, en sus cuadernos, constato que la distancia entre palabra y dibujo es muy corta, la caligrafía nos retrata.

Y en ese hermoso y titánico empeño continuamos. Abrir los ojos, conocer el entorno y leer en su interior. El arte se construye con esfuerzo y gusto, sin receta mágica, cada uno con su condimento, su truco y un mucho de intuición y exigencia, permeables para dejarse empapar de la idea, pero dispuestos también a estudiar la urdimbre, el arte de domar la palabra sin restar su libertad volandera.

Claro que yo también aprendo cada día que comparto con ellos, de su manera de ver e interpretar nuestro entorno. Mi paisaje amplió su gama de colores desde que convivo con Argadini.

Por eso decidimos que el tema para esta nueva Tertulia fuera “El mundo que nos rodea”. Y cada participante lo enfocó con absoluta libertad: unos centrándose en la ciudad o el pueblo donde viven, otros concentrados en el lugar donde estábamos desarrollando la clase, y otros viendo más allá, mucho más allá… porque “mirando” nos dimos cuenta de que “pasan cosas”, la vida que se manifiesta e inspira.

Os aseguro que lo más interesante de este libro-flor que estás ojeando ahora mismo es lo que aventura, el proceso emocionante, el juego sin pausa con el lenguaje. Lo que aquí se publica es un escalón más, una invitación a seguir paseando y compartiendo. ¿Nos acompañas?

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