Tan
solo llevo seis meses conviviendo con Argadini y su alumnado, y tras
el pasmo mutuo del primer encuentro no hemos parado, clase a clase,
de buscar paisajes en el papel, caminos que faciliten un diálogo
fluido entre nuestro mundo interior y el exterior, y también, por
supuesto, con nosotros mismos. El bolígrafo puede ser la llave o la
batuta o el pincel o la espada desbrozando la selva de letras para
abrir, intentarlo al menos, un canal de expresión nuevo y fecundo.
Mi
propuesta desde el principio ha consistido en observar el mundo que
nos rodea, percibirlo por medio de la escritura. Así, uno de los
primeros ejercicios que realizamos en este Taller fue describir el
lugar donde nos encontrábamos en ese preciso momento: el aula, la
calle, la biblioteca o el Café Gijón. Simplemente eso, listar qué
había a nuestro alrededor. El resultado fue sorprendente y muy
esclarecedor: lo primero que se registraba en el papel eran detalles
o lugares que no estaban a la vista, mis alumnos hablaban de calles,
edificios, paradas de metro u otros tantos puntos de referencia o de
orientación de los que se servían para lograr llegar hasta el sitio
donde transcurría la clase.
Seguíamos
mirando hacia dentro, por tanto, no parecía tan sencillo abrir los
ojos y contar la inmediatez. Quizá el exceso de información y
detalles aplana la perspectiva y satura la mirada. Contemplar
entonces sin prisa, dar tiempo a que el relieve se manifieste, el
horizonte se dilate lo suficiente para poder transcribirlo o
dibujarlo. A veces, en sus cuadernos, constato que la distancia entre
palabra y dibujo es muy corta, la caligrafía nos retrata.
Y
en ese hermoso y titánico empeño continuamos. Abrir los ojos,
conocer el entorno y leer en su interior. El arte se construye con
esfuerzo y gusto, sin receta mágica, cada uno con su condimento, su
truco y un mucho de intuición y exigencia, permeables para dejarse
empapar de la idea, pero dispuestos también a estudiar la urdimbre,
el arte de domar la palabra sin restar su libertad volandera.
Claro
que yo también aprendo cada día que comparto con ellos, de su
manera de ver e interpretar nuestro entorno. Mi paisaje amplió su
gama de colores desde que convivo con Argadini.
Por
eso decidimos que el tema para esta nueva Tertulia fuera “El mundo
que nos rodea”. Y cada participante lo enfocó con absoluta
libertad: unos centrándose en la ciudad o el pueblo donde viven,
otros concentrados en el lugar donde estábamos desarrollando la
clase, y otros viendo más allá, mucho más allá… porque
“mirando” nos dimos cuenta de que “pasan cosas”, la vida que
se manifiesta e inspira.
Os
aseguro que lo más interesante de este libro-flor que estás ojeando
ahora mismo es lo que aventura, el proceso emocionante, el juego sin
pausa con el lenguaje. Lo que aquí se publica es un escalón más,
una invitación a seguir paseando y compartiendo. ¿Nos acompañas?
ESCRIBIR POR EL PLACER DE CONTAR 2020