CARTA DESDE EL OTRO LADO DEL HORIZONTE
Pienso esta carta mientras atravieso el invierno
tropical sobre mi yegua negra, my Black Mare. A lomos de mi triciclo recorro de
punta a punta una isla dilatada por el calor. A manotazos espanto mosquitos y
escribo este mensaje de auxilio en el aire. Os hablo. Os canto. Y podría
parecer uno más entre los homeless de Key West que mantienen interesantes
conversaciones con el viento.
Aquí también, vivo y trabajo, del otro lado, en el
backstage, viéndole las costuras a la realidad. El decorado, eso sí, es más
epatante, con sus cielos majestuosos, el prodigio de la lluvia y las flores, y
ese atardecer hipnótico, cuando el sol se despide entre aplausos de la
multitud.
El edén está de oferta en Cayo Hueso. Unos mojitos, un
delicioso margarita helado, un poco de música country o de salsa en directo...
Pero la sed no me impide reconocer el espejismo. Los cayucos y los coyotes y la
Visa con su cargamento diario de mano de obra barata. La Yuma que se alimenta
de hambre y ambición.
Mientras, los walking dead oficiales deambulan por el
cayo, casi invisibles, restos de otra época, sobras o simplemente
supervivientes. Debes afinar la vista para distinguirlos entre los gallos, los
turistas con sobrepeso y las iguanas (las tres especies protegidas en el
paraíso), zombis bronceados, deteriorados fantasmas de Hemingway que se
protegen del calor y el paso mortal del tiempo en la biblioteca o en los buses
públicos, yendo y viniendo en una larga vigilia circular (el billete es casi
gratis para ellos, la única condición es que no se duerman). Al atardecer se
refugian en los manglares o bajo los puentes o apuran su happy hour particular
en cualquier esquina. La mayoría marchan en procesión hacia el albergue que les
ofrece cama limpia y cena, junto al Golf Club y el refugio de animales. También
existe una vieja mujer perenne en el paseo marítimo, a la entrada de la isla,
sentada en una pequeña tumbona de playa, es el guardián del camino, no pide
limosna ni peaje, solo está, marca la frontera. Hoy los ves y mañana
desaparecen, con el oleaje, con las bandadas de patos, ibis y demás snowbirds.
Pero aquí soy yo el extraño, el extranjero, el habla
raro. Náufrago, pirata, caza tesoros.
El lujo no está en los yates o en las preciosas casas
de madera o en los cochazos que adelantan mi triciclo, la fortuna está en las
palabras. El sueño bilingüe, entender el mundo a través del lenguaje. Quizá
dominar ese acento nativo me dará una manera distinta de expresarme, de hablar,
de escribir, ¡quizá hasta de pensar! Aunque creo que soy algo mayor para esa
fantasía adolescente, la edad me hizo duro de oído y perezoso de lengua, y
cuanto más estudio más descubro lo poco que sé. Pero la franqueza no impide que
siga pedaleando, paladeando, en plena regresión feliz, saboreando todo lo nuevo
que siento.
Por ahora, aprender un nuevo idioma me lleva a la
mudez y al soliloquio.
Me tumbó al
sol en la playa y acaricio las palabras con mis dedos, están tan cerca, como
mariposas multicolores, tentadoras, pero que no se dejan cazar. Todavía.
Key West es un cruce de caminos en alta mar, un
pueblo, un barrio rodeado de agua salada y a veces tiburones y manatíes y
tortugas y huracanes. Lo suficientemente lejos como para que lleguen los
cruceros pero no los amigos. Aquí vivo mi exilio voluntario. Si en España
últimamente rozaba la clandestinidad, trabajando, creando, aquí voy camino de
la inexistencia, un ilegal más en proceso de crisálida.
Key West, USA,
2018
LETTER FROM
ACROSS THE HORIZON
I
am thinking about this letter as I go through the tropical winter on my Black
Mare. On my tricycle, I am riding from one end to the other of a heat dilated
island. I am waving mosquitoes away as I write this message of relief in the
air. I am talking to you. I am singing to you. And I might look like a
homeless in Key West who holds interesting conversations with the wind.
Here too, I live and work on the
other side, in the backstage, seeing the seams of reality. The setting,
moreover, is more spectacular, with its majestic skies, the wonder of rain and
flowers, and that hypnotic sunset, when the sun bids farewell as the crowd
applauses.
Eden is on sale in Key West. Some
mojitos, a delicious frozen margarita, some country music or live salsa ... But
thirst does not stop me from recognizing the mirage. The cayucos and coyotes
and the VISA with their daily load of cheap labor. The Yuma that feeds on
hunger and ambition.
Meanwhile, the official walking dead
wander about the keys, almost invisible, remnants of another era, leftovers or
simply survivors. You should sharpen your eyesight to distinguish them between
roosters, overweight tourists and iguanas (the three protected species in
paradise), tanned zombies, spoiled Hemingway ghosts who protect themselves from
the heat and deadly passage of time in the library or Public buses, come and go
in a long circular vigil (the ticket is almost free for them, the only
condition is that they do not fall asleep). At dusk they take refuge in the
mangroves or under the bridges or inhale their particular happy hour in any
corner. The majority march in procession towards the shelter that offers them a
clean bed and dinner, next to the Golf Club and the Animal Shelter. There is
also an perennial old woman on the seafront, at the entrance of the island,
sitting on a small beach lounge. She is the guardian of the road. She does not
ask for alms or toll, she just is, marks the border. Today you see them and
tomorrow they disappear, with the waves, with the flocks of ducks, ibis and
other snowbirds.
But here I am the stranger, the
foreigner, the one who talks strange. Castaway, pirate, treasure hunter.
Luxury is not on the yachts or in
the beautiful wooden houses or in the fancy cars that pass my tricycle. Fortune
is in the words. Bilingual dream, understanding the world through language.
Perhaps mastering that native accent will give me a different way of expressing
myself, of talking, of writing, perhaps even of thinking! Although I think I am
somewhat old for that teenage fantasy, age made me hard-of-hearing and twisted
tongue, and the more I study the more I discover how little I know. But
frankness does not prevent me from continuing to pedal and palate, in the
middle of a happy regression, savoring everything new that I feel.
For now, learning a new language
leads me to silence and solitude.
I lay in the sun on the beach and
caress the words with my fingers, they are as close as butterflies,
multicolored, tempting, but not allowed to hunt. Not yet.
Key West is a crossroads on the high
seas, a village, a neighborhood surrounded by salt water and sometimes sharks
and manatees and turtles and hurricanes. Far enough so the cruises can get here
but not the friends. Here I live my voluntary exile. If in Spain lately I touch
the clandestinity, working, creating, here, I am on the road to a
non-existence, one more illegal alien in the process of chrysalis.
Key West, USA,
2018
English
translation: María Salazar and Marie Barili
|