ANTONIO DE LA FUENTE ARJONA
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CARTA DESDE EL OTRO LADO DEL HORIZONTE / LETTER FROM ACROSS THE HORIZON Imprimir E-Mail

CARTA DESDE EL OTRO LADO DEL HORIZONTE

Pienso esta carta mientras atravieso el invierno tropical sobre mi yegua negra, my Black Mare. A lomos de mi triciclo recorro de punta a punta una isla dilatada por el calor. A manotazos espanto mosquitos y escribo este mensaje de auxilio en el aire. Os hablo. Os canto. Y podría parecer uno más entre los homeless de Key West que mantienen interesantes conversaciones con el viento.

Aquí también, vivo y trabajo, del otro lado, en el backstage, viéndole las costuras a la realidad. El decorado, eso sí, es más epatante, con sus cielos majestuosos, el prodigio de la lluvia y las flores, y ese atardecer hipnótico, cuando el sol se despide entre aplausos de la multitud.

El edén está de oferta en Cayo Hueso. Unos mojitos, un delicioso margarita helado, un poco de música country o de salsa en directo... Pero la sed no me impide reconocer el espejismo. Los cayucos y los coyotes y la Visa con su cargamento diario de mano de obra barata. La Yuma que se alimenta de hambre y ambición.

Mientras, los walking dead oficiales deambulan por el cayo, casi invisibles, restos de otra época, sobras o simplemente supervivientes. Debes afinar la vista para distinguirlos entre los gallos, los turistas con sobrepeso y las iguanas (las tres especies protegidas en el paraíso), zombis bronceados, deteriorados fantasmas de Hemingway que se protegen del calor y el paso mortal del tiempo en la biblioteca o en los buses públicos, yendo y viniendo en una larga vigilia circular (el billete es casi gratis para ellos, la única condición es que no se duerman). Al atardecer se refugian en los manglares o bajo los puentes o apuran su happy hour particular en cualquier esquina. La mayoría marchan en procesión hacia el albergue que les ofrece cama limpia y cena, junto al Golf Club y el refugio de animales. También existe una vieja mujer perenne en el paseo marítimo, a la entrada de la isla, sentada en una pequeña tumbona de playa, es el guardián del camino, no pide limosna ni peaje, solo está, marca la frontera. Hoy los ves y mañana desaparecen, con el oleaje, con las bandadas de patos, ibis y demás snowbirds.

Pero aquí soy yo el extraño, el extranjero, el habla raro. Náufrago, pirata, caza tesoros.

El lujo no está en los yates o en las preciosas casas de madera o en los cochazos que adelantan mi triciclo, la fortuna está en las palabras. El sueño bilingüe, entender el mundo a través del lenguaje. Quizá dominar ese acento nativo me dará una manera distinta de expresarme, de hablar, de escribir, ¡quizá hasta de pensar! Aunque creo que soy algo mayor para esa fantasía adolescente, la edad me hizo duro de oído y perezoso de lengua, y cuanto más estudio más descubro lo poco que sé. Pero la franqueza no impide que siga pedaleando, paladeando, en plena regresión feliz, saboreando todo lo nuevo que siento.

Por ahora, aprender un nuevo idioma me lleva a la mudez y al soliloquio.

Me tumbó al sol en la playa y acaricio las palabras con mis dedos, están tan cerca, como mariposas multicolores, tentadoras, pero que no se dejan cazar. Todavía.

Key West es un cruce de caminos en alta mar, un pueblo, un barrio rodeado de agua salada y a veces tiburones y manatíes y tortugas y huracanes. Lo suficientemente lejos como para que lleguen los cruceros pero no los amigos. Aquí vivo mi exilio voluntario. Si en España últimamente rozaba la clandestinidad, trabajando, creando, aquí voy camino de la inexistencia, un ilegal más en proceso de crisálida.


                                                                                     Key West, USA, 2018  



LETTER FROM ACROSS THE HORIZON

I am thinking about this letter as I go through the tropical winter on my Black Mare. On my tricycle, I am riding from one end to the other of a heat dilated island. I am waving mosquitoes away as I write this message of relief in the air. I am talking to you. I am singing to you.  And I might look like a homeless in Key West who holds interesting conversations with the wind. 

            Here too, I live and work on the other side, in the backstage, seeing the seams of reality. The setting, moreover, is more spectacular, with its majestic skies, the wonder of rain and flowers, and that hypnotic sunset, when the sun bids farewell as the crowd applauses. 

            Eden is on sale in Key West. Some mojitos, a delicious frozen margarita, some country music or live salsa ... But thirst does not stop me from recognizing the mirage. The cayucos and coyotes and the VISA with their daily load of cheap labor. The Yuma that feeds on hunger and ambition. 

            Meanwhile, the official walking dead wander about the keys, almost invisible, remnants of another era, leftovers or simply survivors. You should sharpen your eyesight to distinguish them between roosters, overweight tourists and iguanas (the three protected species in paradise), tanned zombies, spoiled Hemingway ghosts who protect themselves from the heat and deadly passage of time in the library or Public buses, come and go in a long circular vigil (the ticket is almost free for them, the only condition is that they do not fall asleep). At dusk they take refuge in the mangroves or under the bridges or inhale their particular happy hour in any corner. The majority march in procession towards the shelter that offers them a clean bed and dinner, next to the Golf Club and the Animal Shelter. There is also an perennial old woman on the seafront, at the entrance of the island, sitting on a small beach lounge. She is the guardian of the road. She does not ask for alms or toll, she just is, marks the border. Today you see them and tomorrow they disappear, with the waves, with the flocks of ducks, ibis and other snowbirds.

            But here I am the stranger, the foreigner, the one who talks strange. Castaway, pirate, treasure hunter.

            Luxury is not on the yachts or in the beautiful wooden houses or in the fancy cars that pass my tricycle. Fortune is in the words. Bilingual dream, understanding the world through language. Perhaps mastering that native accent will give me a different way of expressing myself, of talking, of writing, perhaps even of thinking! Although I think I am somewhat old for that teenage fantasy, age made me hard-of-hearing and twisted tongue, and the more I study the more I discover how little I know. But frankness does not prevent me from continuing to pedal and palate, in the middle of a happy regression, savoring everything new that I feel.

            For now, learning a new language leads me to silence and solitude.

            I lay in the sun on the beach and caress the words with my fingers, they are as close as butterflies, multicolored, tempting, but not allowed to hunt. Not yet.  

            Key West is a crossroads on the high seas, a village, a neighborhood surrounded by salt water and sometimes sharks and manatees and turtles and hurricanes. Far enough so the cruises can get here but not the friends. Here I live my voluntary exile. If in Spain lately I touch the clandestinity, working, creating, here, I am on the road to a non-existence, one more illegal alien in the process of chrysalis.

 
Key West, USA, 2018
English translation: María Salazar and Marie Barili

 

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