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Antonio de la Fuente Arjona
(Cabecijuntos
murmuran rocín y asno en la cuadra. Punta con cabeza estaban,
liberadas de frenos muy callejeras las lenguas por el bocado y los
belfos compartiendo heno reseco.)
ROCINANTE:
¿Ay, qué será de nosotros?
(El
RUCIO sigue comiendo sin hacer caso a los lamentos de ROCINANTE.)
ROCINANTE:
¿Qué será de nosotros?
(Dirige
sus quejas directamente hacia el RUCIO, intentando, sin éxito,
llamar su atención.)
ROCINANTE:
¿Qué será de nosotros si, su dios no lo quiera, llega el fatal
desenlace? (Subiendo el tono
de voz.) ¡Digo qué qué
será de nosotros! (Harto
del ruidoso silencio comestible del RUCIO.)
¿Ay, señor asno, es que a usted le da igual todo?
RUCIO:
(Como despertando.)
¿Se refiere a mí?
ROCINANTE:
¿Entre bocado y bocado, usted no tiene nada en su escasa sesera de
pollino o esas orejotas son un simple adorno exagerado, un apéndice
inútil?
RUCIO:
(Inocente, sorprendido.)
¿Habla conmigo, don caballo amigo?
ROCINANTE:
¿Con quién sino? ¿Ve usted, vecino, alguien más a quien dirigir
mis cuitas?
RUCIO:
¡Más hay por cierto! Moscas no faltan que escuchen, una mariposa vi
rondar a luego sus orejas como chivando secretos, hay también
hormigas que no por hacendosas pierden ripio de lo que sucede a su
rededor, cucarachas veo cerca y hasta un ratoncito esquivo que de vez
en cuando asoma el hocico por su agujerico para conocer buenas
nuevas, además de parlanchinas golondrinas que anidan en lo alto
desta cuadra, por no hablar de la familia de pulgas chismosas que
saltan alegres de su lomo al mío y veciversa buscando sangre fresca
y compartir noticias.
ROCINANTE:
Pues con usted hablo, burro, que desas especies y sus idiomas yo no
conozco.
RUCIO:
Conocellos sí, aunque entendellos poco y hablallos menos... Pero
ocupémonos pues de su afán, que es cierto que le noto mohíno y
tristón.
ROCINANTE:
¿Será posible desconozca la razón de la visita de su dueño Sancho
Panza a casa de mi señor Don Alonso Quijano?
RUCIO:
A fe que no conozco tal, aunque me sospechaba yo otro capítulo
recorriendo selvas y despoblados, los cuatro vagamundos persiguiendo
aventuras sin ventura, de caridad comiendo y durmiendo de prestado.
ROCINANTE:
Un respeto Rucio, que mi amo se muere.
RUCIO:
¿Don Quijote?
ROCINANTE:
El mesmo.
RUCIO:
¿Se muere?
ROCINANTE:
A veces.
RUCIO:
Pardiez, por eso lamentábase mi Sancho y pateábame apremiando el
paso. Recuerdo ahora que algo escuché barruntar, cuando nos cruzamos
en el camino, a la mula del doctor o al doctor mesmo.
ROCINANTE:
¿Qué será de nosotros si nuestro señor muda de escuálido a
fantasma?
RUCIO:
Ya antes disputaba la inconsistencia a un espíritu, por algo el de
la Triste Figura lo llamaron. (De
pronto muy asustado.)
¡Empero cierto es, compadre, muere el amo, miedo en la cuadra! ¿Qué
será de nosotros entonces?
(...)
"ROCINANTE Y RUCIO CONVERSAN", 2013
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