© Antonio de la Fuente Arjona

Fue en Sierra de Berce, al lado del río Urdai, cuando la Compañía Nacional del Carbón se llevó en el último tren medio pueblo en cajas y grandes sacos. Empaquetaron con esfuerzo el poco carbón que quedaba, su fábrica gigantesca y la oscuridad que siempre cubrió el cielo, las casas, el río y las gentes, y tomaron el último tren. Con ellos también se fue el ruido y los gritos.
Antes incluso de confundirse el primer vagón con el horizonte llegó el silencio, de pronto la mudez del mundo o quizá una sordera momentánea. El paisaje entonces sorprendió a todos con apariciones de paraíso. ¡Había montañas! Había cielo y tierra, y el agua era tan clara como siempre contaban los viejos del lugar que les contaron sus padres que era, antes de que la Compañía se encostrase en el Cañón de Murga, antes de la llegada del primer tren.
Pero ese día, mientras flores y helechos surgían al paso de las ruedas como si hubieran estado aguardando ese excepcional momento para despertar, la sonrisa boba no comía la cara de todo el pueblo, en la cara de María era el diluvio del llanto porque Miguel se marchó en el último tren.
(…)
En Sierra de Berce nadie la echó de menos. Allí nada se podía echar de menos porque todo era nuevo, desde que partió el último tren incluso las gentes tenían otras caras y andaban todos ocupados en reconocerse.
María mientras ya no sabía si iba o venía, perdida en el Valle Tabaíba, hambrienta, hurgaba en el saco buscando algo de comer: ni queso, ni pan, ni tocino desde hace ya varios días, sólo los huesos pelados del niño muerto. María madre, entonces, devorando a su hijo.
(…)

                                                                                                         MARÍA MISERIA , 1997