© Antonio de la Fuente Arjona
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Empezaba por el último vagón. En un principio, por simple rutina o quizá por probar fortuna, pedía los billetes por favor, billetes, por favor, pero sin poner mucho interés, billetes, por favor, y se quedaba con la mano extendida, esperando: nada. Y después, cuando se había cansado de que nadie le hiciese caso, ni tan siquiera le miraban, picaba los billetes invisibles de la gente que mejor le caía: ¡click! a una madre juguetona, ¡click! a una pareja bella y simpática, ¡click! a la altura del quinto vagón se encontraba con el otro revisor, que con su acostumbrada falta de gusto, picaba los billetes de todo el mundo. Andrés no quería ni mirarle, se cruzaban, nunca comprendería el porqué de dos revisores en el tren, desde siempre él se había bastado solo para aquel trabajo, le miraba alejarse picando los billetes reales de la gente, billetes que le ofrecían sin demora y con sonrisas mustias. Era un antipático. El primer día que le conoció, el mismo día que la gente y sus compañeros dejaron de hacerle caso y casi de hablarle: tampoco fue para tanto, fue el único día en su vida que Andrés Nogueira llegaba tarde al trabajo y todo porque se quedó dormido; bueno, pues ese día, Andrés ya llevaba su primer vagón de desconcierto y billetes negados cuando se topó con aquel señorón, gordo él, alto, de cejas abundantes y boca pequeña: Sr. PÉREZ, REVISOR, ponía en la placa clavada en el pecho de un uniforme estrecho. Andrés intentó saludar, la educación ante todo y después las preguntas, menos mal que logró apartarse a tiempo, si no hubiera sido atravesado por aquel monstruo que ni reparó en su presencia, orgulloso de su uniforme nuevo, tan diferente al de Andrés, y severo al exigir los billetes, consciente de su poder. Andrés siempre fue un hombre pacífico, no fue detrás de aquel tipo y le partió la cara como se merecía, gordo infame, no, no lo hizo, pero lo pensó. Él conocía sus derechos, iría a hablar con el Grado Superior para que le informase de porqué, y que si lo han despedido que se atrevan a decírselo a la cara, ese comportamiento no es justo ni honrado y que él conocía sus derechos, pues claro, y que por un día que llegue uno tarde al trabajo no es para tanto... y todo esto y más lo gritó por el camino y nadie le hizo caso, y lo repitió ante el Grado Superior y no le hizo caso, y se lo repitió a todos sus compañeros y amigos, incluso al nuevo revisor insolidario, y nada, como si no existiera. ¡Pues muy bien!, Andrés estaba furioso y confuso, porque uno se queda dormido un día, tanto tiempo trabajando juntos y ahora de pronto... pues muy bien, en la próxima estación me bajo y que os den morcilla. Y fue entonces cuando vio el cartel.
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EN CUANTO TE DESCUIDAS , 1990
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